Por: Héctor Huerto Vizcarra
En la actualidad no se puede calificar a las Fuerzas Armadas de América Latina como instituciones frágiles. Probablemente durante toda la historia latinoamericana han sido de las pocas instituciones que han gozado de popularidad y aceptación. Felipe Agüero incluso plantea que “el ejército es uno de los actores más proclives a buscar altos niveles de autonomía y a evitar someterse a la autoridad de los gobernantes elegidos democráticamente”. Señala que en algunos casos conservaron la autonomía de la que gozaban los regímenes militares anteriores, o que la ampliaron durante o después de las transiciones democráticas. En ese sentido, específica los campos en donde la autonomía militar se hace presente: en los presupuestos, en la orientación educativa, en la definición del patriotismo y en la tutela del interés nacional.
Sin embargo, es evidente un cambio en el rol político que los militares cumplen en las sociedades latinoamericanas: ya no intentan por medio de golpes de estado la toma del poder político. Para David Pion-Berlin esta subordinación efectiva de los militares a los civiles es posible por el rechazo internacional (sobre todo regional) que existe contra los regímenes militares. Sumado a lo anterior, agrega dicho autor, resulta también importante la disminución de influencia, tamaño, recursos e importancia de las Fuerzas Armadas en la región. Ahora la función de las Fuerzas Armadas parece estar más enfocada en temas de seguridad pública y en la asistencia de los programas sociales (desarrollo).
Por eso, Pion-Berlin al hacer un análisis de las relaciones cívico-militares, encuentra cuatro aspectos resaltantes: Primero, por un lado las organizaciones regionales elevan los costos de los golpes militares, mientras que por otro lado, las debilidades de los gobiernos incrementan los costos de la no intervención militar; segundo, si bien es cierto las operaciones militares en términos de seguridad interna y desarrollo han aumentado, el control civil no ha resultado perjudicado; tercero, los líderes militares saben poco del tema de defensa nacional, no obstante, esto no parece afectar su capacidad de controlar a las Fuerzas Armadas; y cuarto, el desconocimiento de los políticos de los temas relacionados a la defensa nacional no solo es racional sino también inevitable, debido a que no hay amenazas externas ni un interés económico o político en las políticas de defensa.
Todo lo descrito anteriormente se puede ejemplificar en su mayor parte con el caso brasileño. Jorge Zaverucha afirma que en Brasil se puede apreciar cierto grado de autonomía de sus Fuerzas Armadas junto con la pervivencia de instituciones autoritarias. Durante la transición brasileña hacia la democracia, las Fuerzas Armadas brasileñas lograron obtener beneficios que no fueron transitorios, por lo que no hubo un proceso de desmilitarización, mas bien, se incrementaron las competencias de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad pública.
III
Frente a esta situación de confusa estabilidad, ¿en qué medida se puede afirmar que las Fuerzas Armadas latinoamericanas constituyen un peligro para la democracia? Para Felipe Agüero el peligro no es tan contundente. Señala que lo peor que pueden provocar es la merma de la calidad y fuerza de la democracia, pero que de ningún modo afectarían su existencia misma. Los principales peligros, dentro de esa perspectiva, serían la corrupción, el desprecio de las libertades civiles y la manipulación de prioridades en materia de seguridad. Pion-Berlin se muestra más optimista al afirmar que “ni siquiera el giro político a la izquierda registrado en los últimos años ha aumentado los riesgos de una intervención militar.” Aún así, no es renuente al indicar que así como se han desmilitarizado los conflictos políticos, se han militarizado otros campos, como los de seguridad interna y desarrollo.
Curiosamente, los planteamientos más reveladores son los de Zaverucha, y no por nada su ensayo es el único que describe una realidad política concreta. Plantea como presupuesto inicial que, en los regímenes democráticos, las competencias institucionales de la policía y el ejército están claramente separadas. Frente a esta idea, afirma que en Brasil se vive una realidad diferente. Las políticas de seguridad interna se militarizan cada vez más.
Eso se evidencia claramente desde el nombre que las fuerzas policiales brasileñas tienen, el de “policía militar”. Dicha policía militar tiene entre sus atribuciones más resaltantes las siguientes características: imita en cada estado el modelo de los batallones de infantería del ejército; su código de conducta es similar al del ejército; está regulada por el mismo Código Penal Militar y el Código Procesal Penal de las Fuerzas Armadas; sus unidades de inteligencia forman parte del sistema de información del ejército; y es considerada como una fuerza de reserva del ejército, cuando solo debería suceder esto en tiempo de guerra.
Todas las características anteriores revelan a la policía militar brasileña como un apéndice de sus Fuerzas Armadas, sin lugar a dudas. Pero, ¿hasta qué punto la influencia militar en la policía (o en la seguridad interna) afecta el funcionamiento de la democracia? Para Agüero, la seguridad de los ciudadanos es una condición indispensable para el ejercicio y disfrute de los derechos democráticos. En consecuencia, éste autor señala que, los problemas de las Fuerzas Armadas, la policía y los servicios de inteligencia están intrínsecamente relacionados.
Por lo tanto, que las Fuerzas Armadas se inmiscuyan en el trabajo de la policía no solo se debe a un mal desempeño de las fuerzas policiales sino a un descuido político, ya que los gobiernos se centralizaron sólo en la reforma militar. Con ello se permitió una mayor autonomía de la policía que degeneró en ineficacia y corrupción, según Agüero. No obstante, Zaverucha ve en esta ingerencia de las Fuerzas Armadas un proceso de politización de las mismas: “El proceso de politización de las Fuerzas Armadas se da simultáneamente con la militarización de la policía.” De esta manera, se podría estar hablando de un nuevo intento de politización de las Fuerzas Armadas en América Latina, aunque desde una perspectiva diferente.[1]
[1] Zaverucha afirma que es verdad que los militares han vuelto a sus cuarteles, es decir, ya no conducen el destino del Brasil, pero esto no significa que se hayan retirado del poder. La prueba de ello, para éste autor, es que el ejército cada vez más tiene injerencia en las decisiones vinculadas a los asuntos de seguridad pública.
En la actualidad no se puede calificar a las Fuerzas Armadas de América Latina como instituciones frágiles. Probablemente durante toda la historia latinoamericana han sido de las pocas instituciones que han gozado de popularidad y aceptación. Felipe Agüero incluso plantea que “el ejército es uno de los actores más proclives a buscar altos niveles de autonomía y a evitar someterse a la autoridad de los gobernantes elegidos democráticamente”. Señala que en algunos casos conservaron la autonomía de la que gozaban los regímenes militares anteriores, o que la ampliaron durante o después de las transiciones democráticas. En ese sentido, específica los campos en donde la autonomía militar se hace presente: en los presupuestos, en la orientación educativa, en la definición del patriotismo y en la tutela del interés nacional.
Sin embargo, es evidente un cambio en el rol político que los militares cumplen en las sociedades latinoamericanas: ya no intentan por medio de golpes de estado la toma del poder político. Para David Pion-Berlin esta subordinación efectiva de los militares a los civiles es posible por el rechazo internacional (sobre todo regional) que existe contra los regímenes militares. Sumado a lo anterior, agrega dicho autor, resulta también importante la disminución de influencia, tamaño, recursos e importancia de las Fuerzas Armadas en la región. Ahora la función de las Fuerzas Armadas parece estar más enfocada en temas de seguridad pública y en la asistencia de los programas sociales (desarrollo).
Por eso, Pion-Berlin al hacer un análisis de las relaciones cívico-militares, encuentra cuatro aspectos resaltantes: Primero, por un lado las organizaciones regionales elevan los costos de los golpes militares, mientras que por otro lado, las debilidades de los gobiernos incrementan los costos de la no intervención militar; segundo, si bien es cierto las operaciones militares en términos de seguridad interna y desarrollo han aumentado, el control civil no ha resultado perjudicado; tercero, los líderes militares saben poco del tema de defensa nacional, no obstante, esto no parece afectar su capacidad de controlar a las Fuerzas Armadas; y cuarto, el desconocimiento de los políticos de los temas relacionados a la defensa nacional no solo es racional sino también inevitable, debido a que no hay amenazas externas ni un interés económico o político en las políticas de defensa.
Todo lo descrito anteriormente se puede ejemplificar en su mayor parte con el caso brasileño. Jorge Zaverucha afirma que en Brasil se puede apreciar cierto grado de autonomía de sus Fuerzas Armadas junto con la pervivencia de instituciones autoritarias. Durante la transición brasileña hacia la democracia, las Fuerzas Armadas brasileñas lograron obtener beneficios que no fueron transitorios, por lo que no hubo un proceso de desmilitarización, mas bien, se incrementaron las competencias de las Fuerzas Armadas en materia de seguridad pública.
III
Frente a esta situación de confusa estabilidad, ¿en qué medida se puede afirmar que las Fuerzas Armadas latinoamericanas constituyen un peligro para la democracia? Para Felipe Agüero el peligro no es tan contundente. Señala que lo peor que pueden provocar es la merma de la calidad y fuerza de la democracia, pero que de ningún modo afectarían su existencia misma. Los principales peligros, dentro de esa perspectiva, serían la corrupción, el desprecio de las libertades civiles y la manipulación de prioridades en materia de seguridad. Pion-Berlin se muestra más optimista al afirmar que “ni siquiera el giro político a la izquierda registrado en los últimos años ha aumentado los riesgos de una intervención militar.” Aún así, no es renuente al indicar que así como se han desmilitarizado los conflictos políticos, se han militarizado otros campos, como los de seguridad interna y desarrollo.
Curiosamente, los planteamientos más reveladores son los de Zaverucha, y no por nada su ensayo es el único que describe una realidad política concreta. Plantea como presupuesto inicial que, en los regímenes democráticos, las competencias institucionales de la policía y el ejército están claramente separadas. Frente a esta idea, afirma que en Brasil se vive una realidad diferente. Las políticas de seguridad interna se militarizan cada vez más.
Eso se evidencia claramente desde el nombre que las fuerzas policiales brasileñas tienen, el de “policía militar”. Dicha policía militar tiene entre sus atribuciones más resaltantes las siguientes características: imita en cada estado el modelo de los batallones de infantería del ejército; su código de conducta es similar al del ejército; está regulada por el mismo Código Penal Militar y el Código Procesal Penal de las Fuerzas Armadas; sus unidades de inteligencia forman parte del sistema de información del ejército; y es considerada como una fuerza de reserva del ejército, cuando solo debería suceder esto en tiempo de guerra.
Todas las características anteriores revelan a la policía militar brasileña como un apéndice de sus Fuerzas Armadas, sin lugar a dudas. Pero, ¿hasta qué punto la influencia militar en la policía (o en la seguridad interna) afecta el funcionamiento de la democracia? Para Agüero, la seguridad de los ciudadanos es una condición indispensable para el ejercicio y disfrute de los derechos democráticos. En consecuencia, éste autor señala que, los problemas de las Fuerzas Armadas, la policía y los servicios de inteligencia están intrínsecamente relacionados.
Por lo tanto, que las Fuerzas Armadas se inmiscuyan en el trabajo de la policía no solo se debe a un mal desempeño de las fuerzas policiales sino a un descuido político, ya que los gobiernos se centralizaron sólo en la reforma militar. Con ello se permitió una mayor autonomía de la policía que degeneró en ineficacia y corrupción, según Agüero. No obstante, Zaverucha ve en esta ingerencia de las Fuerzas Armadas un proceso de politización de las mismas: “El proceso de politización de las Fuerzas Armadas se da simultáneamente con la militarización de la policía.” De esta manera, se podría estar hablando de un nuevo intento de politización de las Fuerzas Armadas en América Latina, aunque desde una perspectiva diferente.[1]
[1] Zaverucha afirma que es verdad que los militares han vuelto a sus cuarteles, es decir, ya no conducen el destino del Brasil, pero esto no significa que se hayan retirado del poder. La prueba de ello, para éste autor, es que el ejército cada vez más tiene injerencia en las decisiones vinculadas a los asuntos de seguridad pública.
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