Por: Héctor Huerto Vizcarra
El tema que plantea el Jorobado en su último post me parece interesante porque me da la oportunidad de desmontar el concepto. No concuerdo con el uso que se le da al término outsider, puesto que me parece que carece de toda utilidad práctica, ya que describe más un posicionamiento coyuntural de determinados actores políticos y soslaya la capacidad que tiene todo régimen político de ir incorporando nuevos actores relevantes.
Lynch (1999) señala que el outsider es un individuo que viene fuera del sistema de partidos y de la sociedad política, con un prestigio ganado en otras actividades y que desarrolla un discurso condenatorio de la política y de los políticos. Por su marginalidad con respecto al sistema político, Lynch utiliza como sinónimo de outsider a la palabra independiente. Por eso se menciona a Belmont como el primer outsider reconocido a finales de los 80 y luego a Fujimori, como el símbolo magnificado de la avalancha de “independientes”, léase outsiders, que entraron por la puerta grande en la política nacional en desmedro de los partidos políticos. La falta de claridad del término provoca que en ocasiones se generalice en demasía la aplicación de este “concepto”, por lo que se ha llegado a mencionar a Barrantes como el primer “independiente” de la década del ochenta.
Meléndez (1996) perfila mejor el término cuando afirma que un outsider tiene que ser alguien nuevo en la política, aunque acota inmediatamente que no todos los nuevos en política son outsiders, lo que los diferenciaría es si emergen o no fuera del sistema político. Además, plantea que no se trata de una categoría permanente, el outsider de hoy sería el político “tradicional” del mañana: “Los outsiders no duran para siempre. Si alguna vez lo fueron, basta un segundo intento para expropiarles de tal identificación. Alejandro Toledo pudo ser un outsider en 1995, aunque ello sea discutible. Pero el 2000 y 2001 claramente no lo fue.”. Entonces, ¿hasta qué punto el concepto outsider describe o no la forma como se renueva todo sistema político? Según las definiciones antes mencionadas, ¿fueron los izquierdistas de fines de los setenta e inicios de los ochenta los primeros outsiders?
Si se siguiera la sola afirmación de Meléndez con respecto a la virginidad política que deberían tener los denominados outsiders Barrantes no podría ser uno de ellos, puesto que venía de una militancia aprista que duró hasta fines de los años setenta. Otro de los experimentados sería el propio Vargas Llosa puesto que en su juventud militó en una pequeña organización marxista, aunque esto podría ser objetado por su distancia temporal. Entonces, también habría que tomar en cuenta la acotación que el Jorobado hace después. Curiosamente, Vargas Llosa tampoco sería un outsider puesto que para fines de los ochenta estaba lejos de estar fuera del sistema político. Desde fines de los setenta había tenido una cierta presencia política a través de sus artículos que publicaba en la prensa ya que a pesar de dedicarse de lleno a la literatura, la política fue otra de sus pasiones no tan ocultas. Para mediados de los ochenta, cuando se acercaban las elecciones de 1985, dentro de AP se vocea el nombre de Vargas Llosa como posible candidato presidencial, posibilidad frustrada por las pretensiones de Alva Orlandini de encabezar la lista de su partido en las presidenciales entonces venideras. Esta propuesta puede haber surgido como consecuencia del rol que tuvo Vargas Llosa al presidir la comisión investigadora de la masacre de Uchuraccay en 1983.
Para las municipales de 1984, otro posible candidato se barajaba dentro de AP para las elecciones de Lima Metropolitana: Ricardo Belmont. Habría que preguntarse hasta qué punto el dueño de un canal de tv, por más pequeño que sea, está en la orilla del sistema político. La decisión política que toma Belmont para la segunda vuelta electoral de 1990 en donde endosa su voto públicamente a Vargas Llosa lo sitúa más cercano a los partidos políticos “tradicionales” que a la postura aparentemente intrínseca de los outsiders de oposición radical a los partidos políticos preponderantes hasta ese momento. Fujimori, el niño símbolo de los politólogos outsiderianos, tuvo una agitada carrera política dentro de la Universidad Agraria que al final le rindió sus frutos cuando pudo llegar al Rectorado de esa universidad. Hay que recordar que estamos hablando del contexto de las universidades públicas altamente politizadas en los años setenta y ochenta. Asimismo, gracias a este cargo pudo entrar en contacto con personalidades políticas del gobierno aprista, como lo son Armando Villanueva y Alan García. A raíz de esto, comienza a recibir una serie de encargos menores por parte del gobierno para participar en determinadas comisiones. Posteriormente, el propio García lo convoca para que dirija un programa en el canal del Estado, que tiene llegada a nivel nacional, en donde permaneció tres años consecutivos. A finales del gobierno aprista, el propio Fujimori declaró que el gobierno le solicitó que asumiera el cargo de ministro de Agricultura, que al final no aceptó. Por último, Fujimori barajó para las elecciones de 1990 hasta el último momento la posibilidad de postular en la lista de alguno de los partidos “tradicionales”, por lo que intentó suerte vanamente en el APRA y en Izquierda Socialista. Para Planas (2000) desde mediados de los años ochenta figuras independientes van siendo convocadas por los principales partidos políticos para conformar sus listas electorales, por lo que su presencia en la política peruana no es ninguna novedad para los noventa.
Probablemente, la diferencia radica en que en los noventa estos independientes surgen al margen de los partidos políticos. Esto encuentra su razón de ser en la forma como se va moldeando la salida de la crisis política en que se sumió el régimen político peruano a finales de los ochenta. En parte, esta salida se produce con el creciente predominio de un discurso político anti-sistémico que ataca viralmente a los partidos políticos imperantes, puesto que ve en ellos a sus principales opositores. Esta forma de hacer política, de una manera confrontacional que busca canibalizar al contrario, tampoco es una particularidad de los independientes ni de los noventa. Al contrario, pertenece a la propia dinámica característica de la política peruana de una década antes. El discurso político que fomenta Fujimori desde el poder le sirve eficazmente para posicionar su propia figura política y derrotar a sus adversarios que, al parecer, lo subestimaron desde un comienzo. Por ello, cuando Degregori y Meléndez (2007) afirman que el outsider ha sido una suerte de amortiguador que calmó temporalmente la crisis producida por el divorcio entre la política y la sociedad, plantean la visión de un electorado pasivo. Desde mi punto de vista, lo que se puede apreciar en los quince primeros años del régimen político que se inició en 1980, es la capacidad que tiene el 60% de los ciudadanos que participa activamente en los procesos electorales de ir buscando nuevas alternativas de representación política, donde cada vez más, el cinismo y el pragmatismo van a ser los ejes fundamentales, pero no los únicos, para elegir a aquellos que les puedan garantizar una mejor cercanía con el poder con sus consecuentes beneficios.
Finalmente, ¿existen los outsiders? Me parece que tanto la pregunta como el concepto sobre el que se pregunta son opciones ociosas, puesto que no revelan una complejidad social y política mayor.
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