24.6.09

Viento divino: El ‘ataque’ japonés a California

Usamah bin Laden no fue el primero en atacar el suelo continental estadounidense. Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses diseñaron una ingeniosa técnica para lanzar ‘misiles’ transoceánicos hacia la costa oeste norteamericana, lo cual se hizo con métodos, digamos, artesanales. Todo comenzó en abril de 1942, cuando luego del atrevido bombardeo sobre Tokio del general Doolittle, los militares nipones se habían quedado, como se dice, picones. Entonces emprendieron por dos años un proyecto secreto para encontrar la forma de tomar represalias y, en cordial reciprocidad, bombardear a los enemigos de al frente. ¡Menuda labor! Ni en el peor de los supuestos se pensaba en llegar a Norteamérica con fuerzas aeronavales, menos tras la reciente derrota en la batalla del Mar del Coral. El camino debía ser otro. El general Kusaba, encargado del proyecto, pronto demostraría sus dotes de mago.
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Dos años después, en 1944, el destino parecía haber mostrado ya las últimas cartas. Tras recuperar Guadalcanal, Guam y parte de las Filipinas, los estadounidenses se sentían más que nunca invencibles. Para noviembre, las superfortalezas volantes B-29 comenzaban a bombardear regularmente Tokio.
Sin embargo, por esos mismos días, cosas extrañas ocurrían en suelo americano. Por ejemplo, en Oregón, un grupo de niños se acerca a un aparato desconocido. Este explosiona al instante: seis muertos. En Montana, tierra adentro, se reporta un artefacto volador completamente quemado. En el cielo se veían fogonazos.
Si bien el asunto fue inicialmente todo un enigma, hacia mediados de diciembre los técnicos del ejército norteamericano ya lo habían descifrado, e hidalgamente tuvieron que reconocer el ingenio de sus creadores. A ello contribuyó el rescate de varios de estos aparatos intactos, tanto en tierra como en el mar.
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Sucede que Kusaba y su equipo habían encontrado la manera de hacer llegar las bombas a Estados Unidos. En el Pacífico, a una altura aproximada de 10.000 metros, existen corrientes de aire dominantes que marchan hacia el este a una velocidad de 150 a 300 km/h. Los japoneses construyeron y soltaron unos 9.000 globos de gas que eran capaces de utilizar esta fuerza aerodinámica. Se calcula que un 10% logró ‘cruzar el charco’, cayendo en zonas que van desde Alaska a México. Los globos –de unos diez metros de diámetro– portaban un complejo mecanismo de lastres y contrapesos, que aseguraba el vuelo entre los 9.300 y 11.000 metros de altitud. Con cada envío, los japoneses colocaban aparatos de radio en uno de los globos, para conocer los progresos de la ‘flota’ a través del océano. Cada globo cargaba por lo menos con una bomba incendiaria, y el resto eran de fragmentación.
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Génesis y apocalipsis de la Guerra del Pacífico. Izquierda: Hundimiento del USS Arizona en Pearl Harbor (7/12/1941). Debajo: La bomba atómica vista desde el cielo de Hiroshima (6/8/1945).
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La preocupación del general Wilbur, responsable de la defensa frente a estos gaseosos invasores, era que los globos llegasen –como estaba previsto– a los grandes bosques del Oeste estadounidense. Las bombas explosivas no eran de consideración. Pero sí las incendiarias, y sobre todo ante la urgente necesidad bélica de madera. Afortunadamente (para los norteamericanos), los envíos sólo se produjeron durante el invierno y, súbitamente, dejaron de realizarse en abril de 1945, justo cuando habían alcanzado su punto más álgido. De haber continuado en la seca temporada veraniega, los daños habrían sido cuantiosos. Por otro lado, se temía que los globos pudieran cargar con agentes bacteriológicos, ya sean epidémicos o epizoóticos.
Para enfrentar el problema, se organizaron comandos conjuntos de paracaidistas, guardabosques y bomberos. Sin embargo, era obvio que muchos globos caerían sin ser detectados temporalmente. Se procedió entonces a movilizar a los funcionarios de sanidad, a los universitarios y veterinarios de la zona, a realizar campañas informativas de descontaminación y a construir depósitos en donde se pudiera almacenar el supuesto contrabando biológico. Asimismo, se acordó con la prensa una censura voluntaria, para que el Imperio Japonés no se enterara de los progresos de su ‘División Gasífera’. Dicha decisión no fue tomada con facilidad, ya que impediría informar al propio pueblo del peligro de los globos. Así, por ignorancia, murieron por ejemplo los niños de Oregón. No obstante, el asunto fue resuelto mayormente con eficiencia. La información pudo ser transmitida con amplitud ya que el Alto Mando contó con la colaboración oportuna de las autoridades locales: maestros, policías, guardabosques.
Sorpresivamente, a fines de abril los globos desaparecieron del firmamento. Nunca más se avistó su presencia. Como al inicio de los sucesos, el caso volvía a ser todo un enigma.
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Años después, el general Wilbur pudo encontrarse en Japón con su colega Kusaba. Este le contó que en Japón se supo del aterrizaje inicial en Montana. Pero luego, el silencio de la prensa americana hizo que sus superiores creyeran en la posibilidad de un fracaso. Finalmente, se hartaron de Kusaba y el proyecto fue desestimado. A fines de abril recibió la siguiente orden del Estado Mayor Imperial: “Sus globos no llegaron a América. Si hubiesen llegado, los periódicos hablarían de ello. Los norteamericanos no podrían estarse callados tanto tiempo”.

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