24.3.07

Arguedas y la historia de la sierra

Uno de mis escritores favoritos es el caballero que aparece en la imagen, José María Arguedas Altamirano. ¡Qué hombre! Narrador y poeta extraordinario, menos reconocida es su faceta como antropólogo y folclorista. Al menos para mí, hasta que llegó a mis manos un libro suyo titulado Las comunidades de España y del Perú, y, luego ya, empujado por la curiosidad, otros textos y artículos que de manera un tanto extraña no se incluyeron entre sus "obras completas" publicadas en 1983. En esta entrega quisiera comentar un poco sus ideas respecto a la historia andina en general (1).

La tesis doctoral de Arguedas es de una originalidad inclasificable (2). En un viaje que invierte la dirección general de los estudios antropológicos, se dirige a una remota zona de España, nuestra antigua metrópoli, al pueblito de Bermillo de Sayago, en Castilla y León, para encontrar en esa campiña europea el origen de las comunidades indígenas del Perú. Su estudio es comparativo. La conclusión es audaz: Arguedas sostiene, rompiendo con el indigenismo, que las comunidades andinas no eran la continuación directa de los ayllus prehispánicos, sino el producto de su integración y adaptación al municipio castellano en el siglo XVI. La tesis encierra deliciosas observaciones sobre semejanzas y diferencias entre las comunidades rurales del Perú y España, luego retomadas, ampliadas o corregidas en archivo por investigadores como Fernando Fuenzalida y Karen Spalding.

Me pregunto por qué un hombre criado en el seno de la sociedad indígena es quien se interesa por los elementos hispanos de la cultura andina. Acaso Arguedas, justamente, por conocer muy bien esta cultura desde dentro, pero también desde fuera, supo de lo artificial que llegan a ser algunas diferencias culturales establecidas apresuradamente. Arpa, violín, espejos, tijeras y atuendo español no hicieron por ejemplo de la danza de las tijeras un baile occidental; son estos elementos los que se volvieron, más bien, legítimamente indios durante la colonia. Acaso Arguedas rechaza la pureza que otros pensadores atribuyeron a la sociedad andina, precisamente porque cree en su resiliencia y capacidad de cambio:

[D]urante el largo período colonial el pueblo nativo asimiló una ingente cantidad de elementos de la cultura hispánica, aparte de los que las autoridades les impusieron. Ocurrió lo que suele suceder cuando un pueblo de cultura de alto nivel es dominado por otro: tiene la flexibilidad y poder suficiente como para defender su integridad y aun desarrollarla, mediante la toma de elementos libremente elegidos o impuestos. A todos los transforma (3).

Sus artículos sobre el charango, el varayoq, la artesanía de Huamanga o los huaynos sureños subrayan todos la rica y compleja dinámica cultural de la sierra, no sólo prehispánica sino, sobre todo, posterior a la invasión española. "El toro, el caballo, el trigo, las habas, en poco tiempo tomaronescribe la faz, el aire, el semblante de las cosas legendarias, nativas de la inmensa entraña andina. Se convirtieron en tema del arte indio más que del criollo; enriquecieron el poder de la imaginación creadora de los nativos; y por tanto su poder envolvente" (4). Arguedas intenta presentar a la cultura como un espacio irreductible. Los intercambios o préstamos son propios de culturas avanzadas. La asimilación y hasta el perfeccionamiento de elementos hispanos en la cultura andina no significarían su disolución o "degradación". Hablamos pues de una historia en que el mestizaje no es armonioso ni unidireccional, sino conflictivo y subyugante, impredecible:

El proceso lingüístico, para tomarlo como ejemplo, fue en la sierra inverso al que siguió en la costa. En la sierra el colonizador se vio forzado a aprender el quechua; tanto el encomendero como el predicador católico. La lengua nativa se convirtió en el instrumento principal de difusión de la cultura occidental en la sierra. Pero tal hecho significaba que no sólo el español catequizaba al indio sino que éste a su vez catequizaba al español y a sus descendientes. Tomaban el uno algo del otro, sin ceder en lo sustancial (5).

El mundo indo-hispánico o "quechuacolonial", que el escritor estampa en su inmensa belleza en Yawar fiesta, Los ríos profundos o Todas las sangres. Pero Arguedas, como hace notar Nelson Manrique, valoraba con profunda ambigüedad ese mundo del que provenía, y en el que no hallaba espacio para mestizos como él mismo. Ello lo lleva a interesarse en la historia de ciudades como Huancayo, Puquio o Chiclayo en la costa, de raíz indígena, y crecimiento muy reciente, republicano, donde la poca acción de las instituciones coloniales habría dado mayor autonomía a la presencia mestiza tal como él la entendió y quiso.


Actualización: Revisando la revista Nueva Antropología de la UNAM, he dado con la reseña de un libro con propósitos muy parecidos a los que se planteó Arguedas en su tesis doctoral: hacer una comparación entre la comunidad rural española y la nativa, en este caso mexicana (Carlos Giménez Romero. Valdelaguna y Coatepec. Permanencia y funcionalidad del régimen comunal agrario en España y México. Madrid: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1991). Mediante esta reseña nos enteremos de que hay paralelos muy interesantes entre ambas investigaciones. En toco caso, el reseñador falla al no mencionar la investigación de Arguedas como un directo antecedente.

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(1) Su labor como gestor cultural también estuvo ligada a la historia. Por ejemplo dirigió la revista Historia y cultura en sus inicios; realizó la primera traducción, y la más bella, me parece, del manuscrito de Huarochirí; prologó la Visita hecha a la provincia de Chucuito por Garci Diez de San Miguel en el año 1567, y mantuvo amistad con el finado John Murra, quien sin embargo años después daría a la publicidad sus confidencias epistolares.
(2) Fue publicada en Las comunidades de España y del Perú (Lima: UNMSM. Departamento de Publicaciones, 1968). Ediciones Cultura Hispánica junto con el Ministerio de Agricultura de España prepararon una reedición bajo la serie Clásicos agrarios, en 1987.
(3) "El indigenismo en el Perú", en Indios, mestizos y señores. Lima: Editorial Horizonte, 1985, p. 12.
(4) "La sierra en el proceso de la cultura peruana", en Formación de una cultura nacional indoamericana. Ed. de Ángel Rama. México: Siglo Veintiuno, 1998, p. 23.
(5) Ibid., pp. 23-24.

Imágenes: Arguedas, por José Gushiken; Danza de las tijeras, popular en Huancavelica, el sur ayacuchano, Andahuaylas y ahora también en Lima.

2 comentarios:

Héctor Huerto Vizcarra dijo...

Resulta curioso que a veces los nacionalistas olvidan que lo que llaman propio o autóctono tiene mucho de mestizo. Por eso es que me pregunto si la cultura andina pervive en los sectores urbanos o solo en los caserios de la sierra peruana. A mi parecer, lo andino, lo indio (que se suele negar) es algo que persiste en la medida en que en las ciudades lo que se ve es una cultura andina que se ha transformado, adpatandose a las nuevas caracteristicas que le ipone la ciudad moderna. Por ello, es que culturalmente me declaro indio, o andino, no porque en mi habitan las costumbres tradicionales del campesino peruano, sino porque dichas tradiciones se hallan presente en mi, en la medida en que se han adaptado a nuevas percepciones y formas de llevar la vida. Por usar jeans, o hablar inglés, no he dejado de ser menos andino que antes.

Héctor Huerto Vizcarra dijo...

Me olvidaba, la cuestion fisica, la apariencia fisica, no es importante cuando se habla de identidad cultural... y la adscripcion a una identidad cultural se puede dar también por personas foráneas, que adoptan caracteristicas de cierta cultura...