9.7.07

De la espada de Damocles al harakiri. Historia y perspectiva de los libros y la lectura en el Perú: La República (III Parte)

Por: Héctor Huerto Vizcarra

La República: libertad para todos, libros para unos cuantos.-

La historia de la independencia del Perú es una historia de frustraciones, desengaños y malos entendidos. No está en la intención de este ensayo abarcar todos los fantasmas que divagan por las escuelas, bibliotecas y universidades nacionales, sean éstas públicas o privadas. Lo que se busca es resaltar aquellos acontecimientos pertenecientes al transcurso histórico del Perú, que se muestren relevantes para comprender el proceso del libro y la lectura.

Una de las primeras medidas que adoptó el gobierno de San Martín fue la creación de una Biblioteca Nacional, con la idea de elevar el nivel moral e intelectual de la población. Las colecciones de libros que la constituyeron provenían de los colegios y conventos suprimidos, en especial de las bibliotecas de la Compañía de Jesús; orden religiosa que fue expulsada del Perú en 1767.

Como toda institución creada o fundada en el Perú, la Biblioteca Nacional no cumplió con los fines para la cual fue creada. Para Pedro Guibovich, estaba compuesta por textos que en su mayoría distaban de ser “modernos”, que versaban sobre teología moral, doctrina religiosa; o que estaban escritos en latín, lo que imposibilitaba para muchos su lectura. Durante el siglo XIX, la Biblioteca Nacional se convirtió en un refugio para eruditos historiadores y bibliógrafos, distante de la población lectora en general.[1]

Sin embargo, la gran catástrofe para el libro peruano se dio con la guerra y el saqueo a fines del XIX. Instituciones como la Biblioteca Nacional, o la Biblioteca de la Universidad de San Marcos fueron desmanteladas, existiendo en tales robos una lógica sistemática y manipuladora (coadyuvada por la ingenuidad de algunos peruanos, como fue el caso del entonces director de la Biblioteca Nacional, Manuel de Odriozola). Muchos de los libros fueron a parar a Santiago de Chile, algunos se perdieron para siempre, y solo unos cuantos fueron devueltos a Lima, años después. Es muy probable que la importancia de tales libros haya sido descubierta por los peruanos después de estos saqueos, cuando ya era demasiado tarde, debido –posiblemente- a la distancia que existía entre esas instituciones y la gente del común.

La guerra provocó no solo una gran crisis económica en el país, sino que también, motivó muchos debates políticos y académicos sobre las causas de nuestra derrota y las medidas que se tenían que adoptar en el país para lograr nuestro desarrollo. Uno de los principales temas que se debatió a finales de ese siglo e inicios del XX, fue el de la educación. Este debate tuvo dos contendores importantes: Alejandro Deustua y Manuel Vicente Villarán. El último, proponía que el Estado debía concentrar sus esfuerzos en las escuelas de primeras letras, ya que era necesaria la educación a gran escala para redimir a gran parte de la población nacional, compuesta de indios principalmente. Pretendía fortalecer, en instancias superiores, la educación técnica y científica, que posibilitara el desarrollo de las industrias.

En cambio, Deustua priorizaba la enseñanza superior Universitaria, porque creía que la formación de una clase dirigente capaz y desinteresada era la mejor manera para llevar a cabo la tan ansiada recuperación política y económica. Tal era su deseo de formar una pequeña élite intelectual, que llegó a postular que se cerraran las universidades del interior del país. Tales ideas provenían de un análisis histórico previo, que resulta poco conservador para lo que se podría esperar: la gran culpable de la derrota en la guerra, y de la crisis económica subsiguiente, no eran los indios, quienes en la medida de sus posibilidades para Deustua habían cumplido con su rol de defender la patria, era la clase dirigente. Para él se debía cambiar la composición de la clase dirigente por una aristocracia de méritos y no de dinero o abolengo.

Ni uno ni otro se preocuparon porque la práctica de la lectura fuera un hábito frecuente entre la población, y ambos fueron ministros de Educación en diferentes momentos. Villarán buscaba que las personas aprendieran a leer y a escribir porque creía que el país necesitaba tener trabajadores preparados en cuestiones técnicas. Deustua reconocía la gran crisis económica en que estaba sumido el país, por lo que postulaba priorizar la educación de unos pocos, en la medida en que se constituyeran en el futuro como una clase dirigente. Al final eso fue lo que pasó, el hábito de la lectura fue afán de unos pocos, y los libros que se publicaban en el Perú tenían un mercado reducido e irregular.

A partir de la década de los 50’s del siglo pasado se puede hacer un seguimiento de la producción libresca en el Perú. En esa década se publicaron en promedio 795.6 libros, siendo el año de 1959 el que mayor producción tuvo, con 914 libros. En la década siguiente el promedio se incrementó ligeramente, siendo la cifra promedio de 830.3 libros por año. La producción anual era muy irregular, por ejemplo, en 1966 se publicaron 985 libros, dos años después la cantidad de libros publicados disminuyó a 712 y para 1969 la cifra se hundió mucho más, se publicó solo 535 libros; pero un año después la producción ya se había recuperado en 885 libros. Esta irregularidad será una constante hasta en la actualidad.[2]

En la década de los 70’s se produce un mayor crecimiento en la producción literaria, con 989.6 libros de promedio al año, debido probablemente a las condiciones políticas en que vivía el país, con un gobierno que enfatizó su interés en la educación, y en la producción de libros de historia y ciencias sociales. Me remito a los hechos: en esa década de publicó en el Perú la voluminosa Colección Documental de la Independencia del Perú, que consta de casi 200 tomos. Una legislación favorable a la producción libresca se emitió en los primeros años de la década anterior, mediante una Ley N° 13710, en la cual se exoneró de impuestos a los libros; poco tiempo después, el 5 de febrero de 1962 se aprobó otra ley N° 13978 que exoneró de los derechos de importación a la maquinaria, equipos y materiales de imprenta. Esto permitió que en poco años se generalizara el sistema de impresión offset en el país, según Julio Olaya.

Previamente a este ligero e importante aumento en la producción de libros en el Perú, ocurrieron varios hechos ahora anecdóticos, pero que en su momento colindaban con el escándalo y la estulticia. En setiembre de 1960 se dieron algunas Resoluciones Supremas referentes a la censura de libros. Se temía sobre todo a los libros provenientes del extranjero que pudieran tener un contenido político de izquierda. Como medida de fuerza se autorizó la quema pública de libros, cual historia medieval de brujas y herejes; así el primer gobierno de Belaunde se constituyó en un moderno Tribunal de la Santa Inquisición. El 25 de julio de 1967 salió publicado en La Prensa una denuncia que realizó un importante impresor peruano, Juan Mejía Baca, contra el gobierno de turno por tales hechos, pero él no fue el único. Un año después, en 1968, dentro de un sentimiento adverso por tales eventos, el 11 de mayo se decretó la Resolución Suprema N° 0191-68-GP/60 que dejaba sin efecto las resoluciones anteriores sobre la censura de libros.

No se tienen suficientes datos para la década de los 80’s como para tener el promedio anual de la producción de libros en el Perú de esos años. A pesar de ello, se sabe que durante los años de 1980 y 1985 se publicaron 602 y 518 libros, respectivamente. La crisis económica que se fue gestando a finales del gobierno militar había afectado a la capacidad de consumo de la población, y los insumos con que se fabricaban los libros se habían encarecido. Esto afectó enormemente a las editoriales en el país, quienes para los primeros años de los 90’s, comenzaron a cerrar sus puertas. El 22 de setiembre de 1992 salió publicada una nota periodística en donde se informaba que el último semestre 44 empresas dedicadas a la edición, distribución y comercialización de libros habían cerrado. De igual manera, en julio de 1993 la Cámara Peruana del Libro afirmó que en los últimos 3 años se habían cerrado 20 librerías. [3]

Si bien es cierto que en los 90’s el promedio anual de la producción de libros se elevó muy por encima del promedio de los 70’s, llegando a tener 1847.5 libros por año; el costo de los mismos se vio incrementado. En parte por las trabas tributarias que no exoneraban al libro del pago de impuestos en las ventas, e incluso cuando se los exoneró del 18% de IGV, el servicio de impresión y encuadernación no estaban exentos del mismo. Cuando en marzo de 1993 el ministro de Educación fue interpelado por las cargas tributarias que pendían sobre el libro, dijo: “Desgravar la impresión de los libros contraviene la política de uniformidad tributaria que el gobierno ha dictado durante los últimos meses”.[4] El concepto de libro como objeto de lucro, en su máxima expresión.

Si se contraponen los datos de la producción del libro en el Perú, desde mediados del siglo pasado, se encontrará una constante de crecimiento en la producción. Sin embargo, si comparamos tales datos con el número poblacional que tiene el Perú en esos años, se encontrará que la producción no solo se ha estancado sino que ha retrocedido en determinados años. En 1950 se producía un libro por cada 10 017 habitantes, para 1997 la relación varió notablemente: un libro por cada 17 211 habitantes. Siendo el mayor porcentaje de libros producidos los libros escolares, podemos inferir que en el Perú, el hábito de lectura ha pasado a ser una leyenda urbana más.

[1] Pedro Guibovich. Bibliotecas, archivos e investigación histórica, p. 581

[2] Todos los datos referentes a la producción libresca en el Perú, a partir de los 50´s, provienen de la tesis de grado de Julio Olaya: La producción del libro en el Perú, periodo 1950-1999. Los comentarios al respecto, a menos que exprese lo contrario, son estrictamente personales.

[3] Julio Olaya: La producción del libro en el Perú, periodo 1950-1999, p. 69

[4] El Comercio, 13 de julio de 1993, citado en Julio Olaya: La producción del libro en el Perú, periodo 1950-1999, p. 33

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