Antes de 1453, año de invención de la imprenta, los libros eran artículos de lujo. Se trataba de textos hechos a mano por un grupo de artistas profesionales: las letras eran dibujadas por destacados caligrafistas e incluían pequeños grabados a colores realizados por los llamados miniaturistas. La elaboración de los libros era lenta. Cada ejemplar de una obra era único y, por lo tanto, tenía un precio individual. Quienes ordenaban su confección solían ser acaudalados aristócratas o comerciantes, los que tenían un interés no solo cultural, sino de colección. La aparición de la imprenta marcaría el inicio de un cambio progresivo de este panorama, ya que permitió producir una mayor cantidad de textos en menor tiempo. Además, los ejemplares de una obra salían de los talleres de imprenta a un bajo precio, el cual era el mismo para cada ejemplar. El resultado de este proceso fue la democratización del libro y, por ende, de la lectura.
En la actualidad, sin embargo, el libro impreso ha iniciado lentamente el camino de regreso a lo que fue hace cientos de años: un objeto de lujo y colección. ¿A qué se debe esto? En primer lugar, la existencia en el ciberespacio de versiones digitales gratuitas de libros ha hecho que los lectores prefieran descargar aquellas que adquirir textos en las librerías. En segundo lugar, la profundización del cambio climático llevará a los gobiernos a preservar los bosques en lugar de talarlos para elaborar, entre otras cosas, papel. Así, con el tiempo, el precio de este –y de los textos– se irá incrementando y las editoriales abandonarán progresivamente su costumbre de imprimir en papel los libros. A las razones anteriores, relacionadas con el ahorro personal y la protección del medio ambiente, se agrega otra, que es el cuidado de la salud. Así, cuando la calidad del papel de los libros no es de las mejores, estos suelen ponerse amarillentos y tomar un mal olor, lo que puede desencadenar procesos alérgicos en algunas personas. Esto se evita con la lectura de las versiones digitales en las computadoras o en otros dispositivos electrónicos.
Por las razones expuestas, en un futuro quizás no tan lejano serán pocas las personas que puedan preciarse de tener una biblioteca impresa. Serán personajes acaudalados que gusten evidentemente de la lectura, pero también de sentir el olor del papel mojado en tinta.
1 comentario:
Por que no:)
Publicar un comentario