Por: Héctor Huerto Vizcarra
Desde hace algún tiempo atrás, antes de llegar a la patria de una parte de nuestros ancestros, porque es de mal gusto decir Madre Patria a España, tengo la impresión de que existe cierto desprecio hacia el sistema democrático de América Latina por parte de los europeos. Evidentemente no puedo refutarle razón a ello. De alguna manera u otra hemos reafirmado en la práctica nuestras deficientes costumbres democráticas. Sin embargo, lo que los europeos en ocasiones olvidan es mirar la paja en sus propios ojos.
Cuando recién había arribado a estas costas, uno de los temas que más llamaba la atención a los españoles era el altercado entre el Rey de España y el Presidente venezolano. La frasecita “porque no te callas” se había vuelto famosa, y era recreada constantemente en los diversos medios de comunicación. No hubo programa de entretenimiento que no la haya mencionado. Lo interesante es que sacó a relucir el nacionalismo existente, entre parte de la población española, en la figura simbólica del Rey. Las críticas de Chávez a Aznar se habían convertido, gracias a la intervención del Rey, en una afrenta contra el propio Estado Español.
Dentro de esta coyuntura, mientras me encontraba en el sótano de una librería de viejo leyendo los títulos de los libros, escuché la conversación entre el dueño, quien era un poco mayor que yo, y uno de sus amigos que había ido a visitarle. El tema, obviamente, era el ya mencionado altercado. El amigo se encontraba algo enojado por la actitud de Chávez frente a Zapatero y criticaba sus maneras de hablar. El dueño a su vez enfatizó una postura diferente: “El subnormal ese, tiene mucha razón”. Es decir, el Presidente venezolano estaba en lo cierto. Después de algunos intercambios verbales más, ambos llegaron a la conclusión de que Chávez no podía hablar de democracia cuando es sabido por “todos” como son las democracias en América Latina, sobre todo, la venezolana.
A pesar de mi posición siempre crítica frente al gobierno venezolano es necesario tomar en cuenta algunas razones que dejan muy en claro que el sistema democrático está funcionando en Venezuela. Primero, no existe ni siquiera la sospecha merecida de que en las diversas elecciones, sean generales o de consulta popular, haya existido fraude por parte del gobierno venezolano. Esto quedó muy claro con respecto a la última consulta. Lo que quiere decir que, la gran mayoría de la población venezolana está decidiendo sobre su futuro de acuerdo a sus propios intereses.[1] Segundo, y en relación directa con lo anterior, la mayoría de los venezolanos sienten que la democracia está funcionando en su país y se muestran satisfechos con ella. Por ende, la tasa de satisfacción con la democracia es la más alta en la región, según el Latinobarómetro, superando ampliamente a Perú, Argentina, Brasil y Chile. Curiosamente, los pocos países que han incrementado la satisfacción de su población con el sistema democrático, en relación con el año pasado, son Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.[2]
Lo anterior no niega que existan características dentro de la forma como se desarrolla y desenvuelve el gobierno de Chávez que merman, afectan o deforman las características democráticas de su sistema político. Estos rasgos negativos pueden devaluar su sistema democrático pero no pueden negarlo. De igual manera como no se puede negar que existe democracia en el Perú, en donde el 60% de la población se encuentra en la pobreza, y buena parte de ellos sienten que no pueden ejercer sus propios derechos como ciudadanos.
El ejemplo venezolano resulta muy gráfico cuando se trata de criticar los sistemas democráticos en América Latina, sin querer entender el diverso desarrollo, y las distintas características, que han vivido los sistemas democráticos en nuestro continente. También, cuando se pretende ocultar las propias deficiencias del sistema democrático en Europa. Como una muestra de ello, presento a continuación un debate interesante en torno a qué sector de la población decide las victorias electorales en las elecciones en España.
Para César Molinas las elecciones en España se deciden, incluso desde antes de la llegada de Franco, por los votos de una “izquierda volátil” que oscilan siempre entre votar por el PSOE, el IU o la abstención. Vale recalcar que tanto el PSOE y el IU son considerados partidos de la izquierda en España. Para Molinas esta “izquierda volátil” la conforman alrededor de dos millones de personas.[3]
Entonces, en la práctica esto se ratifica por el mayoritario apoyo que en las últimas siete elecciones ha dado la población a la izquierda. En donde la votación para la izquierda fue en seis de los casos superior a la votación de los partidos de la derecha, con un margen que oscila entre los 2 y 4 millones de votos de diferencia. Aunque esto no garantiza la victoria de la izquierda en las elecciones, en donde el PSOE hasta el momento es el eterno mejor candidato. Por ello, Molinas ha calculado que para que el PSOE triunfe en las elecciones venideras, es necesario que la IU tenga poca votación (menos del 4%) y el porcentaje de participación de la población en las urnas sea mayor del 71%.
Frente a ello, Belén Barreiro postula que no es la izquierda la que decide las elecciones en España, sino el centro. Acertadamente señala que la tesis de Molinas, que se basa en las variaciones de voto entre elección y elección, no permite saber la ideología de los votantes, su edad, condición social u otras características. Para Barreiro esta información tiene que complementarse con las encuestas. Gracias a ellas, señala que en España hay un 20% de personas que se declaran ser de centro y que otro 20% no declara tener alguna ideología. Ella afirma a priori de que usualmente estas personas sin ideología suelen ponerse del lado del partido que gobierna y son la composición mayoritaria del voto abstencionista. En consecuencia, el partido que vence en las elecciones en España es aquel que logra una mayor votación entre las personas de centro y entre las personas sin ideología.[4]
Con respecto a estos puntos de vista, me parece lógico resaltar que el planteamiento de Molinas, por más cuestionable que sea, no deja de ser muy sugestivo. Sin embargo, dentro de mi perspectiva, erróneo. Eso no implica que me incline a pensar que esos dos millones de personas que Molinas ha identificado provienen, en parte, del centro ideológico, como afirma Barreiro. Tampoco estoy seguro de otorgarle tanta credibilidad a las encuestas y menos aún cuando estas condicionan a los encuestados a definirse ideológicamente. La misma definición ideológica de centro implica muchas ambigüedades.
Sin mayor conocimiento del caso, me inclino a pensar que esos dos millones de personas que suelen inclinar la balanza hacia el PSOE, cuando el PP se muestra más inclinado a la derecha radical, y que paradójicamente su número se mantienen con el tiempo, cuando la cantidad de ciudadanos invariablemente se modifica con los años, tiene mayor relación con una posición antisistémica que con una postura ideológica determinada. Por ende, una contraposición de esos datos con el porcentaje de pobreza y exclusión en España, así como un análisis comparativo de los niveles de participación política, pueden develar cierta crisis dentro de su propio sistema democrático.
Cuando en las elecciones pasadas en Perú, una buena parte de la población se inclinó por votar a favor de Ollanta Humala, quien manejaba un discurso muy crítico frente al sistema económico y político, los analistas no dudaron en calificar ese tipo de votación como antisistémica. De alguna manera, más que apoyar al candidato en cuestión, ese voto representaba una postura crítica y opositora al sistema político y económico imperante. Pues bien, dentro de esa línea argumentativa, cuando en España se cierne la amenaza de que una derecha más o menos radical asuma el gobierno, surge un pequeño pero importante porcentaje de la población que deja del lado el abstencionismo (que puede ser calificado como una medida de protesta frente al sistema) o concentra su voto en el PSOE (que tiene posturas menos críticas que la IU) para evitar que el PP venza. Así, esos dos millones de votos, son también votos de oposición a una forma de hacer política, que tiene mucho que ver con el status quo y el libre mercado. No se necesita tener una conciencia ideológica establecida como para entender que me conviene política y económicamente. Es una mera cuestión de supervivencia.
[1] Diferente es el caso peruano de Fujimori, en donde existen pruebas de fraude en las elecciones de 1995, y en donde existen sospechas fundadas de que hubo otro tanto en las elecciones para aprobar la Constitución de 1993.
[2] Informe del Latinobarómetro 2007. Lo pueden encontrar en: http://www.latinobarometro.org/
[3] César Molinas. El poder decisorio de la “izquierda volátil”. En: El País, 11 de noviembre del 2007, p. 39
[4] Belén Barreiro. El centro decide las elecciones en España. En: El País, 6 de diciembre del 2007, p. 35
Desde hace algún tiempo atrás, antes de llegar a la patria de una parte de nuestros ancestros, porque es de mal gusto decir Madre Patria a España, tengo la impresión de que existe cierto desprecio hacia el sistema democrático de América Latina por parte de los europeos. Evidentemente no puedo refutarle razón a ello. De alguna manera u otra hemos reafirmado en la práctica nuestras deficientes costumbres democráticas. Sin embargo, lo que los europeos en ocasiones olvidan es mirar la paja en sus propios ojos.
Cuando recién había arribado a estas costas, uno de los temas que más llamaba la atención a los españoles era el altercado entre el Rey de España y el Presidente venezolano. La frasecita “porque no te callas” se había vuelto famosa, y era recreada constantemente en los diversos medios de comunicación. No hubo programa de entretenimiento que no la haya mencionado. Lo interesante es que sacó a relucir el nacionalismo existente, entre parte de la población española, en la figura simbólica del Rey. Las críticas de Chávez a Aznar se habían convertido, gracias a la intervención del Rey, en una afrenta contra el propio Estado Español.
Dentro de esta coyuntura, mientras me encontraba en el sótano de una librería de viejo leyendo los títulos de los libros, escuché la conversación entre el dueño, quien era un poco mayor que yo, y uno de sus amigos que había ido a visitarle. El tema, obviamente, era el ya mencionado altercado. El amigo se encontraba algo enojado por la actitud de Chávez frente a Zapatero y criticaba sus maneras de hablar. El dueño a su vez enfatizó una postura diferente: “El subnormal ese, tiene mucha razón”. Es decir, el Presidente venezolano estaba en lo cierto. Después de algunos intercambios verbales más, ambos llegaron a la conclusión de que Chávez no podía hablar de democracia cuando es sabido por “todos” como son las democracias en América Latina, sobre todo, la venezolana.
A pesar de mi posición siempre crítica frente al gobierno venezolano es necesario tomar en cuenta algunas razones que dejan muy en claro que el sistema democrático está funcionando en Venezuela. Primero, no existe ni siquiera la sospecha merecida de que en las diversas elecciones, sean generales o de consulta popular, haya existido fraude por parte del gobierno venezolano. Esto quedó muy claro con respecto a la última consulta. Lo que quiere decir que, la gran mayoría de la población venezolana está decidiendo sobre su futuro de acuerdo a sus propios intereses.[1] Segundo, y en relación directa con lo anterior, la mayoría de los venezolanos sienten que la democracia está funcionando en su país y se muestran satisfechos con ella. Por ende, la tasa de satisfacción con la democracia es la más alta en la región, según el Latinobarómetro, superando ampliamente a Perú, Argentina, Brasil y Chile. Curiosamente, los pocos países que han incrementado la satisfacción de su población con el sistema democrático, en relación con el año pasado, son Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.[2]
Lo anterior no niega que existan características dentro de la forma como se desarrolla y desenvuelve el gobierno de Chávez que merman, afectan o deforman las características democráticas de su sistema político. Estos rasgos negativos pueden devaluar su sistema democrático pero no pueden negarlo. De igual manera como no se puede negar que existe democracia en el Perú, en donde el 60% de la población se encuentra en la pobreza, y buena parte de ellos sienten que no pueden ejercer sus propios derechos como ciudadanos.
El ejemplo venezolano resulta muy gráfico cuando se trata de criticar los sistemas democráticos en América Latina, sin querer entender el diverso desarrollo, y las distintas características, que han vivido los sistemas democráticos en nuestro continente. También, cuando se pretende ocultar las propias deficiencias del sistema democrático en Europa. Como una muestra de ello, presento a continuación un debate interesante en torno a qué sector de la población decide las victorias electorales en las elecciones en España.
Para César Molinas las elecciones en España se deciden, incluso desde antes de la llegada de Franco, por los votos de una “izquierda volátil” que oscilan siempre entre votar por el PSOE, el IU o la abstención. Vale recalcar que tanto el PSOE y el IU son considerados partidos de la izquierda en España. Para Molinas esta “izquierda volátil” la conforman alrededor de dos millones de personas.[3]
Entonces, en la práctica esto se ratifica por el mayoritario apoyo que en las últimas siete elecciones ha dado la población a la izquierda. En donde la votación para la izquierda fue en seis de los casos superior a la votación de los partidos de la derecha, con un margen que oscila entre los 2 y 4 millones de votos de diferencia. Aunque esto no garantiza la victoria de la izquierda en las elecciones, en donde el PSOE hasta el momento es el eterno mejor candidato. Por ello, Molinas ha calculado que para que el PSOE triunfe en las elecciones venideras, es necesario que la IU tenga poca votación (menos del 4%) y el porcentaje de participación de la población en las urnas sea mayor del 71%.
Frente a ello, Belén Barreiro postula que no es la izquierda la que decide las elecciones en España, sino el centro. Acertadamente señala que la tesis de Molinas, que se basa en las variaciones de voto entre elección y elección, no permite saber la ideología de los votantes, su edad, condición social u otras características. Para Barreiro esta información tiene que complementarse con las encuestas. Gracias a ellas, señala que en España hay un 20% de personas que se declaran ser de centro y que otro 20% no declara tener alguna ideología. Ella afirma a priori de que usualmente estas personas sin ideología suelen ponerse del lado del partido que gobierna y son la composición mayoritaria del voto abstencionista. En consecuencia, el partido que vence en las elecciones en España es aquel que logra una mayor votación entre las personas de centro y entre las personas sin ideología.[4]
Con respecto a estos puntos de vista, me parece lógico resaltar que el planteamiento de Molinas, por más cuestionable que sea, no deja de ser muy sugestivo. Sin embargo, dentro de mi perspectiva, erróneo. Eso no implica que me incline a pensar que esos dos millones de personas que Molinas ha identificado provienen, en parte, del centro ideológico, como afirma Barreiro. Tampoco estoy seguro de otorgarle tanta credibilidad a las encuestas y menos aún cuando estas condicionan a los encuestados a definirse ideológicamente. La misma definición ideológica de centro implica muchas ambigüedades.
Sin mayor conocimiento del caso, me inclino a pensar que esos dos millones de personas que suelen inclinar la balanza hacia el PSOE, cuando el PP se muestra más inclinado a la derecha radical, y que paradójicamente su número se mantienen con el tiempo, cuando la cantidad de ciudadanos invariablemente se modifica con los años, tiene mayor relación con una posición antisistémica que con una postura ideológica determinada. Por ende, una contraposición de esos datos con el porcentaje de pobreza y exclusión en España, así como un análisis comparativo de los niveles de participación política, pueden develar cierta crisis dentro de su propio sistema democrático.
Cuando en las elecciones pasadas en Perú, una buena parte de la población se inclinó por votar a favor de Ollanta Humala, quien manejaba un discurso muy crítico frente al sistema económico y político, los analistas no dudaron en calificar ese tipo de votación como antisistémica. De alguna manera, más que apoyar al candidato en cuestión, ese voto representaba una postura crítica y opositora al sistema político y económico imperante. Pues bien, dentro de esa línea argumentativa, cuando en España se cierne la amenaza de que una derecha más o menos radical asuma el gobierno, surge un pequeño pero importante porcentaje de la población que deja del lado el abstencionismo (que puede ser calificado como una medida de protesta frente al sistema) o concentra su voto en el PSOE (que tiene posturas menos críticas que la IU) para evitar que el PP venza. Así, esos dos millones de votos, son también votos de oposición a una forma de hacer política, que tiene mucho que ver con el status quo y el libre mercado. No se necesita tener una conciencia ideológica establecida como para entender que me conviene política y económicamente. Es una mera cuestión de supervivencia.
[1] Diferente es el caso peruano de Fujimori, en donde existen pruebas de fraude en las elecciones de 1995, y en donde existen sospechas fundadas de que hubo otro tanto en las elecciones para aprobar la Constitución de 1993.
[2] Informe del Latinobarómetro 2007. Lo pueden encontrar en: http://www.latinobarometro.org/
[3] César Molinas. El poder decisorio de la “izquierda volátil”. En: El País, 11 de noviembre del 2007, p. 39
[4] Belén Barreiro. El centro decide las elecciones en España. En: El País, 6 de diciembre del 2007, p. 35
2 comentarios:
Interesante artículo, con datos muy buenos.
Saludos
Me alegro que te haya interesado
Publicar un comentario